Los errores judiciales han aumentado durante la última década sin repercusión
La justicia española no proporciona demasiada confianza. Especialmente, después de los últimos errores judiciales. Si nos remitimos a los hechos son varios los casos que han aparecido en los medios: Rafael Ricardi, trece años en prisión por dos delitos de violación que no había cometido; Diego Pastrana, llamado “asesino” por los ciudadanos de Tenerife y los medios de comunicación o Dolores Vázquez, acusada de la desaparición de Rocío Wanninkof hasta que se pronunció el veredicto contrario.
Ante situaciones tan aberrantes como éstas lo inmediato es buscar culpables. Son varios los factores que influyen en la decisión judicial. En primer lugar, los jueces. Personas divinizadas cuya profesionalidad determina el futuro de los acusados y de las víctimas. En segundo lugar, los medios de comunicación, creadores de personajes que, en realidad, son personas y que dejan de serlo para convertirse en un simple nombre sobre un papel al que culpar de los males terrenales. Y, en último lugar, la opinión pública, que llevada por los medios anula su cordura a favor del sentimentalismo.
Cada vez que el judicial se equivoca son los medios los que se disculpan. La solución no es sólo pedir perdón. Toda decisión tiene una repercusión y hay que encontrar la manera de que ésta sea lo más justa posible. Lo importante no es encontrar al culpable. Lo importante es no errar. A día de hoy, la función inicial con la que se formaron los medios de comunicación, su compromiso social y también el informativo se ha visto nublado por el sistema económico de estos tiempos en que lo importante no es participar, sino ganar.
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