Los países islamistas del norte de África reaccionan ante su gobierno
Túnez, Egipto, Yemen y quién sabe cuál será el siguiente. Países con años de dictadura a sus espaldas. Una injusticia apoyada por el silencio de la comunidad internacional durante las últimas décadas. Y, de pronto, las revueltas.
La indignación ante la negación de los derechos humanos y las necesidades básicas ha sido el límite. El pulso que el sistema está jugando con los habitantes ha llegado a su punto álgido. Suerte que algunos hayan sido capaces de reaccionar. Son tiempos de cambio, pero después de tanta euforia, ¿se conseguirán los resultados esperados? Es algo difícil de predecir, pero todo apunta a que la complejidad de esta transición no será sencilla. Un esfuerzo que se ha cobrado la vida de civiles. Cabría evitar que todo quedase en un suspiro esperanzador ahogado por una ilusión renovada y pasajera.
Marruecos, como otros países africanos, europeos, asiáticos y americanos, continúa ante la represión de sus derechos más esenciales: libertad de expresión, de reunión, un hogar, alimentos... Sin embargo, parece imposible que el contagio llegue al vecino. Desde occidente se mira, observa, hay alegría y apoyo. ¿Es necesario llegar al límite para reaccionar? Como si se tratase de una enfermedad: prevenir es mejor que curar.
Al fin el pueblo ha tomado lo que es suyo. Las calles. Por una vez se ha convertido en el protagonista. No es una persona. Son millones. Un ideal, un valor, un intento por cambiar la situación actual. Es inconformismo, optimismo, fuerza y algo que parecía olvidado: la voluntad de creer que el cambio es posible.
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